lunes, 17 de mayo de 2010

Voces de cambio



Hoy algunos piden, entre otras cosas y en concierto de voces desde múltiples palestras, la abolición del celibato.

No es díficil imaginar que estas mismas voces, llegado el momento, también abogarían por la abolición del matrimonio monogámico (si ya se han atrevido a proponer e incluso a legalizar el matrimonio contra-natura, no es difícil imaginar que esta tendencia continúe).

Tanto para los consagrados como para los casados, la traición a la castidad según el estado de cada persona, es una traición a los votos sacramentados y, al mismo tiempo, es una traición a la otra persona a la cual presenta los votos.

Esta traición, que bien puede llamarse desviación, no se resuelve con la relajación de la norma, en aparente ampliación de la libertad, sino con el uso correcto de la libertad que ya se tiene.

La iglesia es una institución administrada por hombres acá en la tierra, pero concebida por Dios. Es universal y su cabeza es Jesucristo, quien de ella es Rey. Por lo tanto no se trata de una democracia, sino de la monarquía del Reino de los Cielos, del Reino de Dios.

Su constitución, recogida en las Sagradas Escrituras, fue dictada (inspirada) a profetas y hagiógrafos por el Espíritu Santo, es decir Dios mismo. De tal modo que es bastante díficil, por no decir imposible, que las propuestas de aquellos que se erigen como abogados por el relajamiento secular, se traduzcan finalmente en algún cambio.

Debemos siempre tener presente la máxima evangélica: "el cielo y la tierra pasarán, pero mis Palabras (base de la doctrina de la Iglesia) no pasarán" (cf Mt 24, 35).



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