sábado, 21 de junio de 2008

Siete Veces Nacemos

Introducción

Existe una correlación entre nuestra existencia y la del universo, un paralelismo entre nuestra vida y la historia. Hay siete momentos de nacimiento, siete portales que cruzamos hasta que llegamos a quedar expuestos en nuestro verdadero ser.

1. Nacimiento del Universo: el “big bang”

En la creación del Universo fuimos salvados de no ser. Se especula que en el momento del “big bang” había una o varias singularidades, átomos primigenios a partir de los cuales se formó la primera materia. Todo el universo estaba concentrado en unas cuantas partículas tan pequeñas como granos de mostaza. Y al expandirse, de esta materia inicial se originó, con la ayuda de las primeras estrellas, toda la materia que conocemos hoy. De allí que haya significado válido en aquella frase que dice que “estamos hechos de polvo de estrellas”.

Nuestro primer nacimiento proviene del origen de la materia. La asimilamos cuando ingerimos alimentos. Esta materia alimenticia es usada en nuestro cuerpo para la formación de todas las células. De allí que tenga sentido la frase que dice “eres lo que comes”. Nuestros padres conformaron de este modo, cada uno por su parte, las dos células que se encontrarían más adelante para la concepción de la primera y única célula que luego seríamos cada uno de nosotros.

2. Nacimiento de la Vida: el soplo de vida a la primera célula

Los elementos de la materia fueron combinados y recibieron el soplo de vida. El primer ente vivo que fue creado era una célula. Y de ésta primera, por división celular, se formaron otras. La vida de la primera fue compartida con sus hijas. Es así como este soplo inicial de vida ha llegado hasta nuestros días. Es el mismo soplo original de vida, ahora esparcido en todas las criaturas vivas de este mundo.

La célula que cada uno de nuestros padres aporta para nuestra concepción trae vida. Dos células se combinan para conformar nuestra primera célula. Dos velas encendidas encienden una nueva vela. La llama de estas velas proviene de la llama original. Ahora somos un ser que, además de la materia del universo, tiene vida.

Ni pensar que estas dos células, materna y paterna, que nos originaron, pudieron haberse perdido. La alternativa era no existir, para no estar en la memoria de nadie. Nuevamente fuimos salvados de no ser.

3. Nacimiento del hombre: el Adán evolutivo, aparición del homo-sapiens

Desde la célula original transcurren millones de años. Algunas criaturas surgen y desaparecen. Llega el momento de los primates hasta que el animal se hizo hombre. Y devino en Adán evolutivo. Pensante, “sabio” dirán algunos, consciente de sí mismo y de la Ley de la Naturaleza. Discerniendo entre lo bueno y lo malo.

Similarmente, nuestra primera célula, concebida en la unión de nuestros padres, se divide y multiplica. Las subsiguientes se especializan para desarrollar a una personita; completa en el potencial que nos corresponde según los dones que nos serán concedidos. Y llegamos al momento del alumbramiento, que es generalmente el único nacimiento que reconocemos, aunque ya es la tercera vez que lo hacemos y lo haremos hasta siete veces.

Nuestra inteligencia innata nos permite rápidamente reconocer lo bueno de lo malo. Por ensayo y error vamos probando cosas y lo que nos gusta nos parece bueno, mientras lo que no nos gusta, nos parece malo. Tomará algún tiempo más aprender a compartir con los demás y hacer a los demás lo que nos parece bueno para nosotros.

4. Nacimiento de la Esperanza: conciencia de la existencia de DIOS

Desde muy temprano en la historia de la humanidad, el hombre pensante se hizo consciente de la existencia de DIOS PADRE, de quien todo proviene.

Nuestra primera noción personal e individual de DIOS ocurre cuando reconocemos a nuestra madre entre todas las mujeres. Nuestra madre es única, aún si fuera el caso que ella no nos haya parido. Nos damos cuenta que de ella recibimos todo lo que nos parece bueno (incluso la medicina, aún cuando al principio no nos guste). Y esa mujer es nuestra madre por don de DIOS. La autoridad de ella sobre nosotros, proviene de DIOS. Es ella quien nos enseñará a rezar y nos encomendará al ángel de nuestra guarda.

Saber que DIOS existe nos hace nacer en la esperanza, que necesitaremos a lo largo de toda nuestra vida, para superar con ella todas las dificultades que enfrentaremos.

5. Nacimiento del agua y del espíritu: ingreso al Reino de DIOS, salvados por CRISTO

Luego de varias alianzas, incumplidas y traicionadas por los hombres, DIOS nuestro Señor nos envía a su Hijo. DIOS hecho Hombre nos enseña con su ejemplo el camino para ser santos. Con su sacrificio sella la nueva alianza, ahora universal para que llegue a todos los pueblos. En esta nueva alianza EL es el Rey eterno y el Juez. Con su resurrección queda manifiesta la Gloria del Padre, vence a la muerte y nos confirma la promesa que es nuestra esperanza: El juicio, para resplandecer de plena justicia, abarcará a los vivos y a los muertos, para así revocar el sufrimiento de todas las épocas (cf Spe Salvi, párrafo 42). Y entre las instrucciones que les da CRISTO resucitado a los apóstoles está “Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (cf Mt 28:19).

Cuando somos bautizados nacemos a nuestra vida cristiana, nos convertimos en discípulos de JESUS. En este sacramento que es puerta a todos los demás sacramentos de nuestra iglesia (cf Catecismo 1213), recibimos dones del espíritu santo para procurar la unión de nuestra Iglesia, para llevar el Evangelio a los demás y para servir de vínculo con nuestro Señor.

6. Llamado a la vida de vocación de santidad

A cada quien llega el llamado de nuestro Señor solo cuando estamos preparados para recibirlo y listos para comprender mejor nuestra misión en este mundo.

JESUS, siendo Hijo de DIOS y un Hombre Santo, inició su vida pública cuando ya había alcanzado los 30 años de edad.

La historia nos da ejemplos de hombres y mujeres que alcanzaron la santidad. A Pablo de Tarso (luego San Pablo Apóstol), el llamado de nuestro Señor y la conversión le llegó camino a Damasco, persiguiendo cristianos, cuando tenía unos 26 años de edad. A Agustín de Hipona (luego San Agustín y Doctor de la Iglesia), la conversión llegó cuando ya rondaba los 32 años de edad, luego de haber sido un reconocido filosofo de la corriente escéptica. A Ignacio de Loyola (luego San Ignacio de Loyola, fundador y primer General de la Orden de la Compañía de Jesús), el llamado le llegó cuando contaba unos 31 años de edad, luego de haber sido un combativo militar del ejército castellano durante la guerra de las comunidades de castilla (península ibérica, década del 1520).

A otros, el llamado de nuestro Señor nos llega más tarde. Roguemos a DIOS para que nos llegué alguna vez antes de dejar este mundo.

La vocación de santidad puede traducirse como la inspiración y el obrar para ser dignos del sacrificio de CRISTO y de nuestra salvación. Se trata de ser leales y consecuentes a la Alianza con DIOS. Es procurar hacer solo aquello que entendemos que es agradable a DIOS y rechazar todo lo que nos aleja de EL.

Este llamado es también un nacimiento porque se cae la venda que te cubre los ojos. Ahora puedes ver a DIOS en toda la Creación (muy especialmente en los seres vivos). Sientes toda la dimensión de la justicia al colocarlo a EL primero que todo y por encima de todo. Tu corazón bulle de caridad y está lleno de inspiración para ayudar a otros a descubrir este mismo sentimiento.

7. Resurrección a la vida eterna: Don de nuestra FE

Por la vivencia testimonial de CRISTO tenemos conocimiento de lo que es la resurrección. Es existencia en cuerpo y espíritu. “Tóquenme y fíjense bien que un espíritu no tiene carne ni huesos, como ustedes ven que yo tengo” (cf Lc 24:39). Pero el cuerpo del resucitado es un cuerpo nuevo y no el mismo que fue sepultado. “Hay cuerpos celestiales y cuerpos terrenales” (cf I Co 15:40).

Confiamos en que esta resurrección ocurrirá al final de los tiempos. “Yo lo resucitaré el último día” (cf Jn 6:54). Porque la resurrección es necesaria para que la justicia sea plena en el día del juicio final (cf Ap 20:11-13).

Y aquellos que por su FE y sus obras sean juzgados como buenos, vivirán para siempre. “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre” (cf Jn 11:25-26).

Y ¿qué es la vida eterna? Ciertamente no es prolongar nuestra vida actual indefinidamente (cf Spe Salvi 10-12). Es algo que, aunque lo esperamos, no sabemos cómo es. Podemos pensar que es un encuentro que es atemporal, sin antes ni después. “Volveré a verlos y se alegrará su corazón y nadie les quitará su alegría” (cf Jn 16:22). Y todos los resucitados llamados a la vida eterna habitarán en el reino de DIOS, que no corresponde a ningún reino que pueda construir el hombre en este mundo que nosotros conocemos. “Mi Reino no es de este mundo” (cf Jn 18-36). Conocemos de la Ascensión de nuestro Señor (cf Lc 24:51) y de la Asunción de la Virgen María; otros también, como Moisés y Elías, fueron y serán llevados en cuerpo y espíritu por nuestro Señor a su Reino.

Pero para poder nacer de esta forma nueva, incorruptible y definitiva, tenemos que hacer los méritos y aguardar a que llegue el momento para descubrirlo por nosotros mismos. Creamos, oremos y obremos, para que nuestro Señor Jesucristo se apiade de nosotros, perdone nuestros pecados, nos libre del fuego del infierno y nos lleve al Cielo.