lunes, 17 de diciembre de 2007

Un Momento de Reflexión


En esta fecha solo puedo darles un momento de reflexión:

"Señor, conviérteme en un instrumento de tu paz.
Donde haya odio, permíteme sembrar amor;
donde haya herida, perdón;
donde haya duda, fe;
donde haya desesperación, esperanza;
donde haya oscuridad, luz;
y donde haya tristeza, dicha.

Oh, divino maestro, otórgame
no tanto buscar el consuelo, como consolar;
ser comprendido como comprender;
ser amado como amar;
porque cuando damos recibimos;
cuando perdonamos somos perdonados;
y cuando morimos nacemos a la luz eterna."

(San Francisco de Asís; 1182-1226)

Reciban mis mejores deseos de una Feliz Navidad para Todos en compañia de sus seres queridos, Paz y Prosperidad durante estas fiestas y en el Nuevo Año.

sábado, 3 de noviembre de 2007

Otro día cualquiera

Existe una teoría llamada del cerebro trino, según la cual todo ser humano esconde un mamífero primitivo y un reptil dentro de sí. Tres naturalezas en una sola personalidad. Racional, emocional y violenta.


Cuando una persona se ve sometida a eventos traumáticos y al mismo tiempo es obligada a reprimir sus reacciones hasta el punto en que debe actuar como un espectador de sí mismo y de lo que le ocurre, entonces abrimos la puerta a cuadros de fragmentación de la personalidad.


Esta es la historia de Ibrahim, pero también de Emil y Alí, los otros segmentos de su personalidad que no puede o no quiere mostrar públicamente.


Ibrahim tiene un oficio, aunque ya hace algún tiempo que está desempleado. Esto no es obstáculo para que todos los días se levante muy temprano, haga sus abluciones, pida la bendición de su madre y salga hacia la ciudad cuando afuera aún está oscuro, generalmente sin desayuno. Cada madrugada llega a la larga cola de la parada en donde sube al transporte; algunas veces en un viejo autobús en donde cuelga de la puerta o de una ventana si no tuvo la suerte de contar con un lugar adentro o en el techo; otras en un destartalado carro en donde van tan apretados que no puede diferenciarse a si mismo en el humor del resto de los pasajeros; la más de las veces en un camión en donde usted no llevaría a sus animales. Sin embargo esto no parece molestar a Ibrahim, quien siempre busca y se da una explicación para todo: “el combustible está muy caro, por eso no podemos tener más transportes”; “ahorramos para poder alcanzar fines superiores, por eso no tenemos mejores transportes”. Cuando llegan a la entrada de la ciudad hay un puesto de control. La visa de Ibrahim está próxima a expirar, por lo que los agentes de control hoy le causan más molestias. Sin embargo, de su rostro no desaparece la sonrisa ni de su trato la cortesía. Se subordina totalmente al sistema aún cuando puede ver que los perros realengos reciben de los agentes mejor trato que él. Se dice a sí mismo “no es nada personal, solo hacen su trabajo”. Después de retenerlo por casi dos horas, en las que ha visto pasar grupos llegados en diferentes transportes, una multitud como él, le dejan pasar con desdén y una última humillación: le tachan el documento para que no pueda usarlo mañana. Se consuela pensando: “aprovecharé de pasar a la oficina de permisos, tal vez hoy si esté lista la aprobación de mi solicitud de renovación”; “no me la habían aprobado porque no he conseguido trabajo, pero presiento que hoy mi suerte cambiará”. Toda una paradoja, para obtener un permiso necesita el trabajo, pero para buscar el trabajo necesita un permiso. Finalmente llega a la ciudad, justo a las puertas de la oficina de empleo. Las dos horas de retención hacen que él sea uno de los últimos de una larga cola de muchos Ibrahim y estando allí escapa con sus pensamientos; sin saberlo se encuentra consigo mismo, pero ahora es Emil.


Emil está muy nervioso. Siempre llega para ayudar a Ibrahim, que no sabe manejar estas situaciones porque de niño creció aprendiendo que los hombres no lloran, no tiemblan, no dudan y no tienen miedo. Pero Emil no siente que debe tener estas limitaciones. La primera vez que vino a auxiliar a Ibrahim fue para llorar en secreto la muerte de su padre, caído en un enfrentamiento con las fuerzas de ocupación. Para las cosas que ocurren él consigue explicaciones que Ibrahim no puede siquiera considerar. Está convencido que no ha rezado lo suficiente o que no lo está haciendo bien. De allí cree él que deriva su suerte. Ve la larga cola en la que se encuentra y calcula la hora por la altura del sol. Ya comienza a hacer calor. Presiente ya que es muy tarde para que logre obtener uno de los números del lote que será atendido hoy. Piensa en su madre y comienza a sentir una gran presión en su garganta: es un río contenido en ruta a descargarse como cascadas por sus vertederos. Busca en su chaqueta un pañuelo para enjugarse los ojos y descubre con su tacto algo que es una mezcla entre frio, áspero y mortal. Su corazón está próximo a saltar por su boca y cuando, entre duda y espanto, está a punto de derrumbase, surge Alí.


Alí no razona como Ibrahim y no se emociona como Emil. Es el espectador. Es como si estuviera por fuera del círculo de los tres. Lo que explica como siendo puro instinto e instinto puro, carece del instinto de preservar el recipiente que los contiene. Es el titiritero que no mide consecuencias porque no percibe que estas consecuencias le incumban. Alí apareció la primera vez poco después de la muerte del padre de Ibrahim y de Emil, que también era su padre. Ninguno de los otros dos, ya sea por racionalidad o por emocionalidad, pudo manejar el adoctrinamiento impartido por el movimiento de liberación, que es una máquina de la relación yo-mando-tu-obedeces. Alí se enlista en el movimiento para vengar la muerte de su padre, pero en su tierra igual no hay alternativa. La pobreza, el desempleo y el ultraje y despotismo de las fuerzas de ocupación crean tales condiciones de regresión en las que solo es cuestión de tiempo para que las filas del movimiento se engrosen con todos los hombres disponibles. Alí guardó en la chaqueta el dispositivo sin que Ibrahim y Emil lo supieran y ahora, que ha sido descubierto por ellos, toma el control. Sale de la fila y camina al frente, hacia la entrada del edificio de la oficina de empleo. En la puerta hay un par de agentes de seguridad, pero la confianza que proyecta Alí en si mismo le franquea el paso como si se tratará de otro funcionario más. Sube las escaleras y llega hasta el despacho principal de la oficina. En el lugar debe haber no menos de cincuenta personas en torno a diez escritorios. Ocho de cada diez de los presentes deben ser funcionarios con responsabilidades repartidas entre atención, revisión, archivo y decisión. Alí entra y no se dirige a ninguno de los escritorios, solo se queda parado en medio de la habitación. Luego emite un grito gutural y desgarrado al usar el dispositivo que le fundirá y confundirá con media centena de infelices. Primero un resplandor. Finalmente un silencio sordo, tinieblas, caos y un insoportable olor entre dulce y amargo.


Si Ibrahim hubiera podido hablar con Alí, seguramente le habría dicho que “la muerte no parece tan horrible cuando tienes que vivir en deshonra; pero la muerte no es la solución a los problemas de la vida si no la negación de la vida misma y la anulación de cualquier opción”. Emil, por otra parte, le habría dicho “nuestra madre, qué será de ella; quién podrá consolar el dolor que has clavado en su pecho como la puñalada que guardabas para tu enemigo”.


Mientras escribo estas líneas, veo las noticias y presentan un par de historias similares. La tierra sigue girando. Es otro día, como cualquier otro.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Enciende el televisor

De pronto recordé aquellos viejos aparatos de televisión que funcionaban con tubos de vacío y diodos, en lugar de los transistores miniaturizados que tienen los artefactos actuales. Cuando apagabas aquellos televisores la imagen, que abarcaba toda la pantalla, parecía reducirse y quedar por un rato contenida en un puntito luminoso en el centro del rectángulo de vidrio. Mi hermano y yo, que en la época de ese recuerdo teníamos 5 y 6 años respectivamente, nos acercábamos al aparato jugando a que podíamos aún ver en el puntito la imagen de la pantalla completa, como si de un portal mágico se tratara.

Pero ¿por qué vino este recuerdo?. Hace una hora cuando estaba buscando los implementos mi mente estaba en gris, como apagada; o más bien en automático; sin razonar ni recordar; simplemente como siguiendo un programa minuciosamente elaborado y premeditado. Revisé varios cajones y cajas, hasta que encontré una bolsa plástica. Un detalle paradójico era que tenía el dibujo de una cabeza con cara triste y el típico circulo cruzado que simboliza “prohibido”, como alertando del peligro de asfixia si se usaba para cubrir la cabeza. Luego busqué en varias gavetas hasta que conseguí un rollo de cinta adhesiva para embalaje. Luego escribí una nota, que no era de despedida, ni pedía auxilio, simplemente libraba a los inocentes de cualquier sospecha. Este es mi acto y de nadie más. Al rato ya había cortado un pedazo burdo del “tirro” y lo usé para pegar mi escueta nota en la puerta del armario. Entré, cerré la puerta y me acomodé en una esquina. Las piernas estiradas, la espalda contra la pared. Bolsa en la cabeza, cinta adhesiva para sellar el cuello. Respiración lenta con la boca cerrada y sin jadeo; somnolencia y comienzo a recordar ¿o será más bien a soñar?.

Aparece el punto en la pantalla y me acerco a ver que hay. Si, parece que vi algo, espera, espera, ¿dónde está el puntito?; ahora todo está casi negro, quiero encender nuevamente la pantalla, pero no puedo mover los brazos ni nada. Siempre había escuchado o leído que la vida entera pasa ante tus ojos en este momento, pero esto es ridículo, alguien apagó el televisor. Lo peor es que creo que fui yo mismo.

Ahora en los últimos momentos, mientras todo se pone más oscuro, solo se me ocurren las cosas que no hice, los lugares que no visité, las personas que no conocí, las paces que me falto hacer. Rabia, impotencia y confusión. Ahora siento mucho cansancio. Ahora no siento nada. Me fui.

miércoles, 14 de marzo de 2007

Augusto en el Paraíso

Augusto es un niño, tan pequeño que cabe en el corazón de mucha gente. Si es válido afirmar que todos tenemos un talento, entonces el talento de Augusto es caer simpático y llevarse bien con todo el mundo. Es fácil saber por donde ha pasado si me presento diciendo su nombre.

Augusto es un viajero. Siempre está afuera, en otra parte, en su mundo. Nunca se queda en un lugar. Cuando llega a ti o está contigo, inmediatamente está curioseando otro lugar y otra persona en donde quiere y con quien quiere estar. Y si tratas de retenerlo, busca la manera de volar con su imaginación y su música. Es un ave peregrina. Para compartir su felicidad debes dejarlo libre.

Augusto es un hombre. Quiere ser grande. Es grande. Ya tiene edad para serlo y la curiosidad explota en su mirada y en sus ansiedades. Tiene un trabajo, como aprendiz de algo, aún cuando es maestro de los sueños y nos ilustra a todos. E imagino que su alma se debate entre ser el niño y ser el hombre, aunque tengo la certeza que será un niño para siempre.

Augusto es un ángel, que vino a nosotros aunque su mente aún está en el paraíso. Solo de este modo puedo explicar toda esa felicidad que destila e impregna su camino y nos hace reflexionar sobre las cosas que son realmente importantes.

Augusto es mi hijo. Dios me bendijo, porque con él primero me hice padre y luego he aprendido a ser humano.

sábado, 10 de marzo de 2007

Tres elementos para una vía, como quiera que se llame

I

Caminas por una calle y, dependiendo de cómo estás vestido, eres bienvenido o no. Fuera!, Vete ya!, o No volverán!, No volverán!. Es intolerancia al extremo, polarización, cocinada al fuego lento de la satanización de las ideas.

Capitalismo o Socialismo: ¿qué tanto sabes de esto?, ¿cómo percibes estás ideas?, ¿vas a tomar partido o vas a entender realmente de que se trata?.

II

Los –ismos se vuelven dogmas y allí radica su peligro, pues plantean un camino para los fanáticos. Veamos, capitalismo y socialismo, antes de su dogmatización, son simplemente capital y social.

III

En términos muy simples, capital es el valor en el presente que también tiene valor en el futuro. No se trata solo de dinero. También lo son el conocimiento, las herramientas, el hogar y las relaciones. Visto de este modo, con el capital pasamos de vivir del día-a-día a vivir bien. Sin capital no se puede estar bien. Es fundacional para el bien-estar.

Pero el énfasis en el capital nos conduce a pensar que es lo único importante para estar bien. Su distorsión se vuelve enfermedad: el egoísmo. Los siete pecados capitales (soberbia, gula, avaricia, lujuria, pereza, envidia e ira), tienen mucho que ver con esta enfermedad.

IV

Por naturaleza todas las criaturas de Dios somos gregarias, somos interdependientes. Esto nos hace sociales. Trabajamos juntos y cooperamos para cumplir las finalidades de la vida. Formamos parte de una cadena en la que, si un eslabón es débil y se rompe, la cadena completa se destruye.

Si un eslabón es muy débil no me salvaré yo por ser un eslabón muy fuerte. Nadie puede creer que es exitoso si está rodeado de fracaso. Este es el principio ético que debería conducirnos a ser socialmente responsables y solidarios.

Pero la ausencia de ética se convierte en terreno abonado para el surgimiento del mesianismo y del arquetipo de Robin-Hood o del Hermano-Mayor, que por la fuerza nos hará éticos y, en lugar de sociales, socialistas; aparejando un sistema en el que depositamos a plazo fijo algunas de nuestras libertades que, por muy pequeñas que parezcan, ya suponen “demasiado sacrificio por la aparente comodidad de dejar a otro el trabajo de salvarte a ti mismo”.

V

Si no buscamos entendernos llegará el día en el que los menos afortunados, los que sobrevivan, deambularán por tierra de lunáticos. En cualquier esquina tropezarás con alguno que mirando al cielo buscará distinguir en el vacío un cuerpo que hace algún tiempo ya nadie ve. Su lamento recordará una vieja súplica:

Argénteo rostro, de grises pecas,
con los cocuyos sueles bailar,
parece que estas lejos, estando cerca,
mujer serena, redonda faz.

Sin cabellos ni sonrisa,
entre las bellas sin igual,
eterna eres y no como otras
que simplemente vienen y van.

Selene antigua, de historia vieja,
que el nuevo paso en tu polvo llevas,
ven enseguida y salva a tu tierra
que esta perdida y al instante yerra.

VI

Busquemos una vía. Si combinamos bien-estar y ética obtenemos una molécula que todos entendemos y podemos digerir. Solo falta agregar un factor que la transforme en una máquina virtuosa. Se trata de la participación. Algo que afortunadamente hemos venido aprendiendo en los últimos años, aunque aún nos falta recorrer mucho camino.

La participación es el elemento que le proporciona moralidad a la vía. Para construir el valor que nos proporciona bienestar debemos participar. Solo se es responsable y solidario si se participa activamente.

Bien-estar, ética y participación, parecen ser los ingredientes para una vía de consenso, sin importar como se llame.