viernes, 8 de diciembre de 2006

Otro mensaje para García

El jueves veintiuno de septiembre del dos mil me encontraba viajando en un vuelo doméstico de Maracaibo a Caracas. Eran ya pasadas las seis-treinta de la tarde. Ya había hecho mi inmersión en las oraciones que normalmente uno reza cuando el avión despega. La temporada era de lluvias diarias y en los vuelos de las semanas anteriores había tenido sobresaltos. La sola idea de volar ya era incómoda para mi. Estaba sentado en la butaca cinco-A, observando por una ventanilla del lado derecho del avión. Esta circunstancia me permitía ver hacia el norte y el norte-este. No es común que yo viaje en asiento de ventanilla. Normalmente soy consultado al hacer el chequeo en el aeropuerto e indico mi preferencia por los asientos de pasillo. La razón es práctica, así puedo tener fácil acceso a mi maletín en el compartimiento superior y desembarcar más rápido cuando llego a destino. Pero ese día muchas cosas fueron diferentes. En los pocos momentos que hubo visibilidad pude regocijarme al contemplar la ciudad de Maracaibo, el Puente, la desembocadura del lago al golfo, un instante más tarde: el golfete de Coro, la bahía de Amuay y la ciudad de Punto Fijo. Estas últimas eran reconocibles gracias a los mechurrios de Amuay y Cardón. Este recorrido me permitió imaginar la ruta que seguíamos como si estuviéramos describiendo un arco imaginario ligeramente inclinado hacia el norte. En un extremo el aeropuerto de La Chinita. En el otro extremo el aeropuerto de Maiquetía. No recuerdo ni un solo instante en el que haya podido divisar el horizonte. La mayor parte del tiempo estuvimos sumergidos en una bruma densa, o calina o neblina que lo cubría todo, que lo abarcaba todo. A través de la ventanilla todo era un blanco absoluto, uniforme, continuo. De vez en cuando trataba de ver lo que íbamos dejando atrás y todo era igual. Solo veía el ala del avión desdibujada y blanquecina. La sensación era muy extraña, como de encierro. El avión tenía un ligero mecimiento y daba la impresión que el viento se resistía a ser cortado y nos obligaba a movernos lateralmente. Luego noté que la única discontinuidad en esa blancura sobrecogedora, era una gran mancha de luz aún mucho más blanca que todo lo que nos rodeaba. No estaba donde yo la hubiera esperado, atrás coincidiendo con el ocultamiento del sol, sino que estaba abajo, como en la superficie de la tierra o del mar. Giré mi cabeza para ver si alguien más también miraba. Me di cuenta que la persona que estaba a mi lado, como las otras que pude ver, dormían. Tuve la extraña sensación de ser el único que estaba despierto en ese momento. Cuando volví la mirada nuevamente en búsqueda de esa luz, tuve un pensamiento que parecía un mensaje. Suena de nuevo en mi mente cuando leo otra vez estas líneas. “¿Me buscas?” - y una breve pausa-, “no busques más, ahora encuéntrate a ti mismo”.

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