miércoles, 20 de abril de 2011

Un momento con el Nazareno



Recuerdo que cuando era niño, mi mamá me llevó a conocerte. Y en aquellas visitas largas me llamó mucho la atención que había gente vestida como tú. Y aunque nunca te hice esa promesa, confieso que alguna vez yo también quise vestirme así. Con cada visita aprendí, sin notarlo, lo que es peregrinar, lo que es una procesión y lo que es una devoción. Al pasar los años, cuando estudiaba en la universidad, ya iba yo solo y todavía las visitas eran largas. No solo iba a verte, procuraba llegar lo más cerca posible para que tu también me vieras.

Pero desde hace mucho tiempo las visitas no solo se hicieron escasísimas, sino que cuando ocurrían eran lo que mi mamá llama una “visita de médico”, casi un vistazo, como quien se encuentra a un conocido en una estación del metro: un saludo rapidito y de vuelta a la diligencia que me llevaba por aquellos lados del centro de Caracas. Era como si solo quería asegurarme que aún estabas allí.

Me sorprendió cuando mandaste a avisar que eras tu quien ahora iba a visitar. Imaginé que había mucha gente que como yo ya no se acercaba con suficiente tiempo por tu casa para hacerte una visita decente. Solemos dar muchas excusas: que si la cola, que si el transporte, que si la seguridad, pero no dejaran de ser excusas y hasta un signo del debilitamiento en la Fe.

Y fue así que averigüe cuando venias por mi barrio. Un programa en el semanario de la Iglesia me indicó el lugar, el día y la hora. Pasaron las semanas y me fui llenando de ansiedad ¿Qué te iba a decir después de tanto tiempo? ¿Qué me diría tu rostro y muy particularmente tu mirada?

Llego el tan esperado día. Esta vez no fui solo, me acompañaron mi esposa y mis hijos. Te los quería presentar. Aunque llegamos temprano me quedé atrás. El Templo se fue llenando poco a poco y justo cuando llegaste nos congregábamos allí entre 700 y mil personas. Apenas traspasaste la puerta se me hizo un nudo en la garganta y es que esta imagen tuya habla tanto de ti, pero también de mi.

Tu visita me hizo recordar aquellas en las que no importaba el tiempo. Y así, mientras te contemplábamos, tu nos contemplaste a nosotros durante el viacrucis, y el rosario y la misa. También contemplabas a los penitentes y hacías esfuerzos para que fueran muchos los que pudieran comulgar. Señor, tu pueblo, como tú, está vivo y te ama. Señor, prolonga en nuestros corazones esta visita hasta que podamos contemplarte cara a cara en la casa del Padre.



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