sábado, 21 de agosto de 2010

La Iglesia y el capitalismo




"Aunque el socialismo histórico había concluido, no por ello debía hablarse de una victoria del sistema capitalista. En el mundo seguían (y siguen) existiendo la misma pobreza de antes, las mismas macroscópicas desigualdades en la distribución de los recursos. Y esto era consecuencia, también, de los efectos provocados por un cierto tipo de liberalismo sin normas, indiferente ante el bien común, especialmente activo en el Tercer Mundo.

No se podía construir un nuevo orden social basándose exclusivamente en un sistema que considere al hombre como un instrumento, como un simple engranaje en la maquinaria de la producción. Es necesario recuperar el protagonismo del hombre trabajador. Sólo entonces sería posible crear un modelo de desarrollo económico fundado sobre la SOLIDARIDAD y la participación.

Todo esto, sin embargo, (fue expuesto por Juan Pablo II) sin entrar nunca en las decisiones técnicas, en cómo actuar, de qué forma. Porque, de no ser así, la Iglesia se saldría de su campo específico, la misión pastoral y la reflexión crítica sobre la conformidad de los procesos sociales con el camino trazado por el Creador.

No fue casual que, una vez, el Papa Wojtyla dijese que la Iglesia no puede dejarse arrebatar por ninguna ideologia o corriente política, la bandera de la justicia, que es una de las primeras exigencias subrayadas por el Evangelio y el núcleo central de su docrina social.

Uno de los aspectos más criticados del pontificado de Juan Pablo II, es la concepción de la Iglesia como fuerza social. Es decir, que la Iglesia, obrando en la sociedad al servicio del bien común, puede ser un gran elemento de renovación social. Y esto como consecuencia de su misión, de su encarnación del Evangelio. Como testimonio del mensaje de Cristo y no para reconquistar la sociedad, para someterla, haciendo saltar las distinciones, ya consolidadas para siempre, entre el papel de la Iglesia y el del Estado.

Todos los sistemas, no solo los totalitarios, han intentado siempre marginar la religión, recluirla en las sacristías, o instrumentalizarla con fines políticos. Y palabras que se habían escuchado de labios de Jesús, se habían convertido en propiedad de ciertos movimientos, de ciertos partidos. (La Iglesia se opone) a todo esto. ¡Ha dicho no! Y ha salido a las calles, a las plazas, para no dejar estos espacios en manos de otros.

La Iglesia no debe hacer política directa. En cambio, es un deber plenamente legítimo de ella emitir juicios morales, también en el terreno social y político. Pero luego son los creyentes laicos los que deben comprometerse en la vida pública y, en concreto, en la vida política."

Tomado del libro Una vida con Karol (parte II, capítulo 27), de Stanislao Dziwisz, Cardenal Arzobispo de Cracovia, 2007.

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