martes, 27 de mayo de 2008

Quiero Ser Santo

Otra tarde, los mismos amigos de siempre, reunidos una vez más para tocar base. Al rato de conversar, uno de los amigos le dice al otro:

- Quiero confiarte que muy poco a poco me he dado cuenta de que quiero ser santo.
- ¿Y cómo es eso? ¿Te vas a meter a cura? ¿Y qué vas a hacer con la señora y los hijos?
- Tranquilo vale, no es necesario ser cura para poder ser santo. Querer ser santo no es exclusivo de los sacerdotes y las religiosas. Todos nosotros podemos aspirar a serlo y trabajar para lograrlo.
- Pero, ¿De qué se trata? ¿De recibir veneración, hacer milagros, aparecer en las estampitas y que te prendan velitas?
- Tampoco. Mi aspiración no es esa. Lo que describes corresponde a una interpretación muy acartonada de la santidad. En verdad, se trata de poder alcanzar el más alto nivel de dignidad al que podemos aspirar como seres humanos. Es la pura búsqueda de ser supremamente mejores de lo que ahora somos, hasta poder merecer haber sido salvados.
- Pero amigo, eso debe ser bien difícil. ¿Qué hace falta para que uno pueda llegar a ser santo?
- Esa es la pregunta correcta. Aunque no podemos racionalizar este asunto como si se tratara de una receta, Santo Tomás de Aquino nos da algunas pistas. El Doctor Angélico sugiere la adquisición y observación de tres conocimientos: primero sobre lo que debemos creer, luego sobre lo que debemos desear y finalmente sobre lo que debemos hacer. Estos tres conocimientos corresponden a la Fe, a la Oración y a los Mandamientos.
- Uf! Ya me la pusiste difícil. Yo soy católico y algunas veces rezo, pero lo de los mandamientos…
- Bueno, que seas católico no implica automáticamente que tengas Fe.
- ¿Cómo que no? A ver: Tengo bautismo, primera comunión, confirmación, reconciliación y matrimonio. ¿Qué más quieres?
- Te entiendo. Mucha gente ha recibido todos estos sacramentos y también son católicos, como tú y como yo, pero ¿realmente creen en DIOS? Creer en DIOS significa que lo aceptamos como el creador original de todo y que, si realmente nos empeñamos, también podemos reconocerlo en todo lo que nos rodea, pero muy particularmente en la vida. ¿Te das cuenta de que solo DIOS puede dar vida?
- Así lo creo. De nuestro encuentro anterior recuerdo la relación que revisamos entre vida, espíritu y DIOS. Pero amigo, algunas veces siento que DIOS y yo estamos tan lejos el uno del otro, es casi como si estuvieramos en mundos separados.
- Precisamente. De allí la importancia de la comunicación a través de la oración. ¿Recuerdas cuando estábamos en la universidad, lejos de casa? Llamabas a tu viejita todos los días y le contabas todo lo que te pasaba, lo bueno y lo malo. Le hablabas de lo que necesitabas y también le decías cuanto la querías y la falta que te hacía estar con ella. Así sentías que estabas muy cerca y aguantabas todo lo que tenías que aguantar. ¿Por qué no hacer lo mismo diariamente con DIOS? ¿Por qué no conversamos con ÉL para sentirnos cercanos y recibir su inspiración?
- Ciertamente. Pero, ¿Cómo hacemos con todas las tentaciones que nos rodean? ¿Cómo hacemos para no caer en el pecado?
- Bueno amigo, primero debo aclararte que aún no soy santo y que, de este asunto del pecado, yo tampoco me escapo. Sin embargo, me he estado preguntado por qué pecamos y he conseguido algunas respuestas. ¿Recuerdas aquella vez que te dije que la mente humana era prodigiosa?
- Claro vale, hablábamos de la capacidad de inventar y de descubrir. ¿Pero qué has averiguado? ¿Por qué pecamos?
- Bueno. En parte estaba equivocado respecto a la mente. Es cierto que la mente humana ha inventado y descubierto cosas prodigiosas, pero ahora pienso que es precisamente la mente nuestro punto más vulnerable, que de suyo ya es grave, debido a que es ella la que gobierna al cuerpo. Resulta que en su nivel más primitivo, la mente trabaja con base en las percepciones. Es a través de los sentidos que la mente ve y toca. Hecho esto, razona y se dice: creo. Y si no ve ni toca, concluye: no creo. Si el ser humano solo cree en lo que puede ver, llega a sobrevalorarse hasta envanecerse de sí mismo y olvidarse de DIOS. Pero como San Agustín nos refiere, los pensamientos y los afectos, ni se ven ni se tocan, pero aún así existen. Y agrego yo, tantas cosas que antes no veíamos, como las partículas subatómicas y las galaxias lejanas, ahora podemos comprobar que siempre han existido aunque antes no las creyéramos posibles.
- Pero hablas de una mente primitiva que es incapaz de creer, llena de supersticiones, que solo puede adorar aquello que quiere poseer. Por el contrario, una mente consciente de la inmensa complejidad del universo termina encontrando a DIOS para poder resolver la ecuación del principio y el fin de todo.
- Exactamente. Pero no acaba ahí. La estimulación de nuestros sentidos desata corrientes bioquímicas en nuestro cerebro basadas en las endorfinas, también en la serotonina y la dopamina, alterando nuestras sensaciones y produciendo bolsones de euforia y placer. Este placer, que no es malo en sí mismo, puede degenerar en una combinación de insatisfacción y hábito. Así, el que tiene algo, quiere más, incluso a expensas de los demás, sin poder saciarse.
- Vaya, vaya. En el mismo fondo del escaparate de nuestras mentes yace el pecado. Claro está, hablamos de algo que es desorden y descontrol.
- Así es. De allí que las virtudes cardinales sean prudencia, fortaleza, justicia y templanza. Si le sumas la humildad, así como las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, resumes el perfil de conducta de la persona santa.
- ¿Sabes qué? Después de esta conversación veo que la vocación de santidad es un asunto de claridad y disciplina.
- De acuerdo. Yo le agregaría que también es de perseverancia, porque no somos infalibles y debemos anticipar que nos vamos a caer. Pero lo importante es volver a levantarnos y que prosigamos el camino que nos hemos trazado, hasta que llegue ese día en que podamos contemplar la luz del rostro de nuestro SEÑOR.

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