miércoles, 2 de enero de 2008

De Román para Julia

Mi amadísima Julia,

Te extraño mucho. Hoy me desperté soñando contigo. Es como si te hubiese escuchado: “¡Román!, ¡levántate que se hace tarde!”.

Con los ojos abiertos, pero aún dormido, miré hacia la nada. Al principio solo percibí una luz blanca, alba, de color de nieve o leche, como en una poesía romántica y bucólica. Y ante mi se proyectó una película sobre ti. Recordé tu maternidad y las fotos de tu infancia. Asocié todo esto con imágenes sobre lo cristalino, puro, sano, perfecto, pío y sacrosanto. Al rato, cuando se aliviaba la presión del sueño y logré enfocar mis ojos, me encontré sin ti, viendo el techo de nuestra habitación y en él las imperfecciones del friso, las manchas en la pintura y los rincones en donde se está descascarando.

Antes de levantarme imaginé lo que habrías dicho una vez más: “¡Román!, ¡Román!, ¿me escuchas? mira, ya son pasadas las 6. Me voy. Te las arreglas tu solo”.

Pero las cosas no fueron siempre así. ¿Recuerdas cuando te vi por primera vez?, era imposible no verte en esa muchedumbre. Tu cabello estaba arreglado según la moda de entonces, un gran despeinado alborotado y voluminoso. Te recuerdo delgada y la piel de tu rostro muy limpia. Y tus ojos, o más bien tu mirada, un gran océano de café claro, calmo y profundo. Creo que lo que mirabas se transmutaba en piedra, porque yo me quedé en el sitio cuando nos cruzamos en aquella escalera. Cual tonina nadabas en un río de gente bajando para salir y yo luchaba contra esa corriente. Te buscaba sin saberlo.

Luego se sucedieron otros encuentros fugaces, en el pasillo, en el departamento donde hacías tu pasantía, hasta aquel día que fuiste a mi oficina y preguntaste mi nombre. Debo haber respondido mil cosas al mismo tiempo, pero solo recuerdo tu serena sonrisa de Gioconda escuchando mi respuesta. Yo también pedí conocer tu nombre y desde entonces encontré paz cuando estaba contigo. No me tomó mucho tiempo darme cuenta de esto. Al cuarto mes de conocernos te pedí que me aceptaras como tu esposo y al final de ese año ya estábamos casados.
Cuando me aceptaste neutralizaste el fuego con el hielo, la sed con el rocío, el cansancio con el refugio. Solo que en este arreglo yo he ganado más que tu y así como le has dado paz a mi locura, reconozco que yo solo le he dado locura a tu paz. En fin, te lo he dicho tantas veces, lo nuestro es un romance lunático.

Pero te amo tanto que ya presiento el sacrificio necesario para que recuperes toda tu felicidad. Debo liberarte liberándome. Y cuando regreses y no me encuentres, no quiero que sientas ninguna culpa. En este momento yo no la siento. Ya me he librado totalmente de ella. No podemos cambiar lo que está escrito. Lo sabes muy bien porque juntos lo intentamos.

Finalmente te digo que sigas libre tu camino. Ya te llevo ventaja. Para saber que existí en un momento de tu vida, solo te pido que me recuerdes. No con tristeza, pero si con el sentimiento que se contempla esa flor, que te deslumbra hoy aunque sabes que mañana ya no estará.

Tuyo en la eternidad, Román.

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