Augusto es un niño, tan pequeño que cabe en el corazón de mucha gente. Si es válido afirmar que todos tenemos un talento, entonces el talento de Augusto es caer simpático y llevarse bien con todo el mundo. Es fácil saber por donde ha pasado si me presento diciendo su nombre.
Augusto es un viajero. Siempre está afuera, en otra parte, en su mundo. Nunca se queda en un lugar. Cuando llega a ti o está contigo, inmediatamente está curioseando otro lugar y otra persona en donde quiere y con quien quiere estar. Y si tratas de retenerlo, busca la manera de volar con su imaginación y su música. Es un ave peregrina. Para compartir su felicidad debes dejarlo libre.
Augusto es un hombre. Quiere ser grande. Es grande. Ya tiene edad para serlo y la curiosidad explota en su mirada y en sus ansiedades. Tiene un trabajo, como aprendiz de algo, aún cuando es maestro de los sueños y nos ilustra a todos. E imagino que su alma se debate entre ser el niño y ser el hombre, aunque tengo la certeza que será un niño para siempre.
Augusto es un ángel, que vino a nosotros aunque su mente aún está en el paraíso. Solo de este modo puedo explicar toda esa felicidad que destila e impregna su camino y nos hace reflexionar sobre las cosas que son realmente importantes.
Augusto es mi hijo. Dios me bendijo, porque con él primero me hice padre y luego he aprendido a ser humano.
Lc 21,5-11 nos enseña lo efímero que puede ser todo lo bello que se encuentra en el mundo. Todo pasa. Las cosas que un día fueron, ya no son; lo que ahora nos causa admiración llegará un día en que no quedará rastro de ello. Lo único que permanece es Dios. Es lo único que no cambia, que no muta (P. Ernesto María Caro; www.evangelizacion.org.mx). Este blog es sobre aquello que nos ocupa o nos impresiona; sobre reflexiones e ideas; sobre lecciones para vivir y morir en paz.
miércoles, 14 de marzo de 2007
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