lunes, 23 de mayo de 2011

El verdadero privilegio de ser Mujer

El verdadero privilegio de ser Mujer
Mis anotaciones de una disertación de la Prof. Alice Von Hildebrand


Dios nos habla con la creación, aunque no siempre prestamos atención. La Iglesia trata de explicarnos el mensaje, aunque no siempre queremos escuchar. 

Cuando uno puede apreciar y comparar la imagen del cuerpo desnudo del hombre y de la mujer, hay algo que se hace evidente de inmediato. En la disposición de los órganos sexuales, el hombre está expuesto y la mujer está oculta. 

Siempre lo que está oculto nos plantea un misterio. Por estar fuera del alcance de nuestra comprensión, el misterio nos invita al respeto y a la reverencia. 

El misterio es como un velo. Cuando Moisés bajó del Monte Sinaí, del encuentro con Dios, su rostro estaba radiante; como los israelitas tenían miedo de este aspecto de su rostro (temían porque no lo entendían), él se cubrió con un velo, que solo se quitaba cuando se presentaba ante el Señor (cf. Ex 34, 29-35). Previamente el Señor le había dado instrucciones a Moisés para poner un velo delante del Arca de la Alianza, marcando el espacio más sagrado del Santuario, el Santo de los Santos, la morada de Dios (cf. Ex 26, 31-35). Aún hoy podemos comprobar que el Tabernáculo (en donde se reserva la Palabra de Dios) o el Sagrario (donde se reserva el Santísimo Sacramento), está protegido por un velo. Al nacer, toda mujer no solo tiene su órgano sexual oculto, sino que en este hay un velo. Es como si Dios nos dijera que el vientre de la mujer es un lugar suyo y está reservado para un misterio divino. 

Desde siempre Dios Padre supo que Su Hijo nacería de una Mujer. Aun cuando una sola entre todas sería inmaculada desde su concepción y sería la llena de Gracia, todas comparten con Ella esta disposición en la que Dios nos dice que EL se hace presente y toca ese lugar que es el vientre de la mujer. 

Cuando un hombre y una mujer se entregan totalmente y se hacen una sola carne, aportan de sí mismos, ella un huevo y él una semilla. Pero estos aportes materiales no se funden en el mismo momento de la unión carnal; les tomará unas horas más encontrarse. Algo ocurre desde la fusión (fecundación) y hasta la implantación del embrión, le llamamos concepción: una nueva persona se encarna, carne de sus padres, alma de Dios. Y la concepción acontece exclusivamente en el interior del vientre de la mujer. El hombre habiendo hecho ya su aporte como procreador, se convierte en espectador y protector. Y durante nueve meses en esa mujer hay dos almas y laten dos corazones. Solo una criatura privilegiada de Dios puede ser continente de tal maravilla.





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