miércoles, 24 de junio de 2009

Libertad y derecho a la Vida

Estos son dos de los más importantes postulados de la Carta Magna.

La libertad nos concede licencia para todo, excepto para causar daño. Porque si lo causamos, la libertad no es para todos y entonces no es libertad, si no hipocresía e injusticia.

El peor daño de todos, por irreparable, es la muerte. Con la muerte no hay opciones, no hay letra constitucional, no hay nada. La muerte no es un derecho, si no la imposibilidad de disfrutar de derechos que son irrenunciables, como la vida.

El Estado, por medio de todos sus órganos, debe salvaguardar estos valores para todos los ciudadanos por igual, poniendo especial celo en asegurar la protección de aquellos que son más débiles, que precisamente dependen del buen funcionamiento del Estado para poder contar con la defensa de sus derechos.

Si el Estado acepta administrar la muerte para el no nacido, para el enfermo, para el criminal, estaría conculcando el derecho a la vida y sentando las bases para también relativizar, más adelante, el valor de la vida del desposeído, del incapaz o de aquel que es diferente. Por este camino, en el largo plazo, el Estado liquidaría su propia vida.

El Estado debe privilegiar la vida para asegurar su propia existencia. Las Naciones se construyen con el trabajo de sus ciudadanos, de los que están vivos, no de los que están muertos. Por esto, el Estado debe promover a la familia que procree responsablemente y eduque a sus hijos en la preservación de estos valores. El estado debe promover la salud y el soporte vital para la recuperación, reinserción y adaptación de los ciudadanos enfermos y de los discapacitados. El Estado debe promover la prevención de todo crimen, pero una vez ocurrido también debe promover la regeneración de cualquier ciudadano que haya trasgredido las leyes. A contrapelo de esto, el aborto, la eutanasia y la pena de muerte, son tan despreciables como cualquier asesinato; son antivalores que corrompen al Estado y, como ya se dijo, le inoculan su propia muerte.

El fin de la libertad debería ser la vida; el de la vida debería ser la creación de tanta felicidad como sea posible para merecer esta libertad; y el del Estado, custodiar siempre el sostenimiento de este círculo virtuoso.

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